Entendiendo la guerra en Ucrania

Los líderes de Bielorrusia, Rusia, Alemania, Francia y Ucrania en la cumbre del 11 y 12 de febrero de 2015 en Minsk (Bielorrusia). La guerra en la región de Donbás que comenzó en 2014 dio lugar a los dos acuerdos de Minsk.

La guerra entre Rusia y Ucrania comenzó mucho antes del 24 de febrero de 2022, fecha prevista por el Gobierno ucraniano, la OTAN y los Estados Unidos para el comienzo de la invasión rusa de Ucrania. Según Dmitry Kovalevich, periodista y miembro de una organización comunista ahora prohibida en Ucrania, la guerra comenzó en realidad en la primavera de 2014 y no ha cesado desde entonces.

Desde el sur de Kyiv/Kiev, Ucrania, Dmitry me escribe y cuenta una anécdota: “¿Qué hay en el frente?”, pregunta una persona. “¡Nuestras tropas están ganando, como siempre!” responden. “¿Quiénes son nuestras tropas?”, pregunta la primera persona y se le responde: “Pronto lo veremos…”. En una guerra todo se disputa, incluso el nombre de la capital de Ucrania (Kyiv en ucraniano y Kiev en ruso, según el debate en internet).

La cobertura de guerra es una de las asignaciones más difíciles para un periodista. En estos días, especialmente, con el torrente de redes sociales y la beligerancia de los canales de televisión de noticias, los temas sobre terreno son difíciles de aclarar. Los hechos básicos sobre los acontecimientos que tienen lugar durante una guerra son difíciles de establecer, por no hablar de asegurar la correcta interpretación de estos hechos. Los vídeos de aparentes atrocidades de guerra que pueden encontrarse en plataformas de redes sociales como YouTube son imposibles de verificar. A menudo, queda claro que gran parte del contenido relacionado con la guerra que puede encontrarse en estas plataformas ha sido mal identificado o procede de otros conflictos. Incluso la BBC, que ha adoptado una posición muy fuerte a favor de Ucrania y la OTAN en este conflicto, tuvo que publicar un artículo sobre la falsedad de muchas de las afirmaciones virales sobre las atrocidades rusas. Entre estas afirmaciones falsas, que han tenido una amplia difusión, se encuentra un vídeo que circula en TikTok y que enuncia, erróneamente mostrar una “niña ucraniana enfrentando a un soldado ruso”, pero que se trata en realidad de un vídeo de la niña palestina Ahed Tamimi – de 11 años en ese momento (2012) – enfrentando a un soldado israelí. El vídeo sigue circulando en TikTok con el título “Pequeñas [niñas] se enfrentan a soldados rusos”.

Mientras tanto, disputando el 24 de febrero como la fecha del inicio de la guerra ruso-ucraniana, Kovalevich me dice: “La guerra en Ucrania no comenzó en febrero de 2022. Comenzó en la primavera de 2014 en Dombás y no ha parado durante estos ocho años”. Kovalevich es miembro de Borotba (Lucha), una organización comunista de Ucrania. Borotba, al igual que otras organizaciones comunistas y marxistas, fue prohibida en 2015 por el Gobierno anterior – respaldado por Estados Unidos – de Petro Poroshenko (como parte de este proceso represivo, los servicios de seguridad ucranianos arrestaron, este 6 de marzo, a dos líderes juveniles comunistas: Aleksandr Kononovich y Mijaíl Kononovich).

“La mayor parte de nuestros compañeros tuvieron que emigrar a Donetsk y Luhansk”, me dice Kovalevich. Se trata de las dos provincias orientales de mayoría rusoparlante que se separaron del “control del Gobierno ucraniano en 2014” y que habían estado bajo el control de grupos respaldados por Rusia. Sin embargo, en febrero, antes de la invasión rusa de Ucrania, el presidente Vladimir Putin reconoció a estas “dos regiones escindidas del este de Ucrania como independientes”, haciendo de este polémico movimiento el trampolín para la invasión militar final de Rusia. Ahora, dice Kovalevich, sus compañeros “esperan volver del exilio y trabajar legalmente”. Esta expectativa se basa en la suposición de que el Gobierno ucraniano se verá obligado a deshacerse del sistema existente, que incluye agentes vigilantes y paramilitares de la derecha antirrusa, entrenados y financiados por Occidente en el país, y tendrá que revertir muchas de las leyes antiliberales y antiminoritarias (incluidas las antirrusas) de la era Poroshenko.

“Me siento nervioso”

“Me siento bastante nervioso”, me dice Kovalevich. “[Esta guerra] parece muy sombría y no tanto por los rusos como por nuestras bandas armadas [ucranianas] que están saqueando y robando [el país]”. Cuando los rusos intervinieron, el presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy repartió armas a cualquier ciudadano o ciudadana que quisiera defender el país. Kovalevich, que vive en el centro de Ucrania, justo al sur de la capital, dice: “Mi zona no se vio afectada por las acciones militares, sólo por el terror de las bandas nacionalistas [de derechas]”.

Durante los primeros días de la intervención militar rusa, Kovalevich acogió a una familia romaní que había huido de la zona de guerra. “Mi familia tenía una habitación libre”, me dice Kovalevich. Las organizaciones romaníes afirman que hay unos 400.000 romaníes en Ucrania, la mayor parte de los cuales viven en la parte occidental del país, en el óblast de Zakarpatska (fronterizo con Hungría, Polonia, Rumanía y Eslovaquia). “Los romaníes de nuestro país son agredidos regularmente por los nacionalistas [de derechas]”, afirma Kovalevich. “Los nacionalistas solían atacarlos [a los romaníes] públicamente, quemando sus campamentos, llamándolos ‘basura de limpieza’. La policía no reaccionaba, ya que nuestras bandas de extrema derecha siempre trabajan en cooperación con la policía o con los servicios de seguridad”. Esta familia romaní, que estaba siendo acogida por Kovalevich y su familia, se dirige hacia el oeste de Ucrania, donde vive la mayor parte de la población romaní ucraniana. “Pero es muy inseguro moverse”, me dice Kovalevich. “Hay nacionalistas [que vigilan] los puestos de control [a lo largo de] todas las carreteras [de Ucrania, y] pueden disparar [a cualquiera] que les parezca sospechoso o simplemente robar a los refugiados”.

Acuerdos de Minsk

La guerra en la región de Dombás – que comenzó en 2014 – dio lugar a la firma de dos acuerdos en Bielorrusia (2014 y 2015) conocidos como los acuerdos de Minsk en honor a la capital de este país. Estos acuerdos tenían como objetivo “[poner] fin a la guerra separatista de los rusos en el este de Ucrania”. El segundo de estos acuerdos fue firmado por dos personalidades políticas de Ucrania (Leonid Kuchma, presidente de Ucrania de 1994 a 2005) y de Rusia (Mijaíl Zurabov, embajador de la Federación Rusa en Ucrania, 2009-2016), respectivamente, y fue supervisado por una diplomática suiza (Heidi Tagliavini, que presidió la Misión Internacional Independiente de Investigación del Conflicto en Georgia, 2008-2009). Este acuerdo de Minsk II fue refrendado por la resolución 2022 del Consejo de Seguridad de la ONU el 17 de febrero de 2015. Si los acuerdos de Minsk se hubieran cumplido, Rusia y Ucrania habrían conseguido un acuerdo aceptable en Dombás.

“Dos Gobiernos ucranianos firmaron los acuerdos de Minsk”, me dice Kovalevich, “pero no los cumplieron. Recientemente los funcionarios de Zelenskyy se burlaron abiertamente del acuerdo, diciendo que no lo cumplirían (alentados por Estados Unidos y el Reino Unido, por supuesto). Eso fue una absoluta violación de todas las normas: no se pueden firmar [los acuerdos] y luego negarse a cumplirlos”. El lenguaje de los acuerdos de Minsk era, como dice Kovalevich, “suficientemente liberal para el Gobierno”. Las dos repúblicas de Donetsk y Luhansk habrían seguido siendo parte de Ucrania y se les habría concedido cierta autonomía cultural (esto estaba en la nota al pie realizada el 12 de febrero de 2015 para el artículo 11 del Acuerdo de Minsk II). “Esto era inaceptable para nuestros nacionalistas y [nacionalistas de derecha]”, me dice Kovalevich. Les “gustaría organizar purgas y venganzas allí [en Donetsk y Luhansk]”. Antes de la intervención militar rusa, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos constató que más de 14.000 personas habían muerto en el conflicto en Donetsk y Luhansk a pesar de los acuerdos de Minsk. Es esta violencia la que provoca que Kovalevich haga sus comentarios sobre la violencia de los ultranacionalistas y los paramilitares de derechas. “Las autoridades elegidas son una tapadera que enmascara a los verdaderos gobernantes de Ucrania”, afirma Kovalevich. El presidente ucraniano Zelenskyy y sus aliados en el parlamento no dirigen el proceso de gobierno en su país, sino que tienen “una agenda impuesta por los grupos armados de extrema derecha”.

¿Paz?

En la frontera entre Ucrania y Bielorrusia se están llevando a cabo negociaciones entre rusos y ucranianos. Sin embargo, Kovalevich no es optimista respecto a un resultado positivo de estas negociaciones. Las decisiones, dice, no las toma sólo el presidente ucraniano, sino los grupos armados ultranacionalistas de derecha y los países de la OTAN. Mientras Kovalevich y yo hablábamos, el Washington Post publicaba un informe sobre “Planes para una insurgencia respaldada por Estados Unidos en Ucrania”; la ex secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton insinuaba una guerra de guerrillas al estilo de Afganistán en Ucrania, diciendo: “Tenemos que seguir apretando las tuercas”. “Esto revela que [Estados Unidos] no se preocupa realmente por los ucranianos”, dice Kovalevich. “Quieren utilizar esto como una oportunidad para causar algo de dolor a los rusos”.

Estos comentarios de Clinton y otros sugieren a Kovalevich que Estados Unidos quiere “organizar el caos entre Rusia y los europeos”. La paz en Ucrania, dice, “es una cuestión de reconciliación entre la OTAN y las nuevas potencias mundiales, Rusia y China”. Hasta que esa reconciliación sea posible, y hasta que Europa desarrolle una política exterior racional, “nos veremos afectados por las guerras”, dice Kovalevich.

Este artículo fue producido para Globetrotter.

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. También es miembro senior no-residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Su último libro es Washington Bullets, con una introducción de Evo Morales Ayma.


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