Un libro contra el bloqueo del conocimiento: ‘El amor es ley: la revolución de los derechos queer en Cuba’

De izquierda a derecha: Francisco Rodríguez Cruz (vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba); Cheryl LaBash (co-presidenta de la Red Nacional sobre Cuba); y Gregory Williams (editor de “El amor es ley). Foto: Perfil en Facebook de Francisco Rodríguez Cruz

El siguiente texto fue presentado por Francisco Rodríguez Cruz en 29 de julio en la Casa de la Amistad del ICAP, en La Habana, Cuba, con la participación de la Brigada Venceremos y activistas LGBTIQ+ de los Estados Unidos, junto con integrantes de las redes comunitarias vinculadas al Cenesex, entre otras personas invitadas. 

Este evento fue el lanzamiento cubano del libro publicado en EUA por Struggle-La Lucha, “El amor es ley: la revolución de los derechos queer en Cuba.” Rodríguez Cruz es vicepresidente de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) y activista gay. El es mejor conocido como “Paquito el de Cuba.”


Una de las mayores sorpresas y desilusiones que he vivido cuando me ha correspondido la responsabilidad de representar a Cuba en foros internacionales sobre los derechos de las personas LGBTIQ+, o simplemente durante el contacto cotidiano con amistades solidarias de otras naciones que visitan el país, es el desconocimiento mayoritario, casi absoluto en ocasiones, de todas nuestras luchas y conquistas más recientes en esta materia.

La leyenda negra sobre la homofobia y la transfobia de la Revolución Cubana continúa siendo la matriz de opinión predominante en los grandes medios de comunicación transnacionales, reforzada una y otra vez por la descontextualización permanente que hace la prensa contrarrevolucionaria financiada desde el exterior de los problemas que todavía tenemos, por supuesto, en esa batalla cultural por superar prejuicios y estigmas, discriminaciones e injusticias, por motivo de la orientación sexual y la identidad de género de las personas.

Y precisamente en un mundo donde la desinformación sobre Cuba es sistemática y donde los avances en derechos LGBTIQ+ en la isla son ignorados o distorsionados, el libro “El amor es ley: la revolución de los derechos queer en Cuba” se erige como un faro de verdad y solidaridad, que pretende arrojar luz sobre una oscuridad inducida y nada inocente contra nuestro país.

Publicado por Struggle-La Lucha y presentado en la librería Urban Reads de Baltimore — un espacio valientemente resistente a los ataques de grupos neonazis — esta obra documenta el proceso democrático y revolucionario que llevó a la aprobación en Cuba hace ya casi tres años del nuevo Código de las Familias, un marco legal pionero que amplía derechos para mujeres, infantes, personas mayores, personas con discapacidad y, especialmente, la comunidad LGBTIQ+.

Este libro no solo documenta el contenido jurídico del Código, sino que contextualiza su surgimiento desde una lectura marxista, anticolonial y profundamente humanista. El lector encontrará testimonios de activistas cubanas y cubanos, análisis históricos, fragmentos de discursos, entre ellos los de Mariela Castro, directora del Cenesex, y una rica reflexión sobre cómo el socialismo cubano ha generado condiciones para la ampliación sostenida de derechos, en contraste con la ofensiva regresiva que se vive en Estados Unidos.

Porque el bloqueo estadounidense contra Cuba no es solo económico; es también un bloqueo cultural y político que busca silenciar los logros de la Revolución. Mientras en Estados Unidos y gran parte del mundo se promueve una narrativa que caricaturiza a Cuba como un país atrasado en derechos humanos, la realidad es radicalmente distinta. Como señala el libro, Cuba ha construido, a través de un proceso de democracia popular, uno de los sistemas legales más avanzados en materia de derechos LGBTIQ+, superando incluso a muchas naciones capitalistas.

El libro recoge un punto clave que se olvida con frecuencia: el carácter procesual y dialéctico de la Revolución Cubana. En vez de aferrarse a dogmas, el proceso socialista en Cuba ha demostrado, a través del nuevo Código de las Familias, su capacidad de aprender, rectificar y avanzar. El hecho de que el gobierno cubano promueva activamente los derechos LGBTIQ+ — a través del Cenesex, las políticas de salud pública, la legislación y la representación política — desafía todos los estereotipos construidos desde los medios occidentales.

Debo añadir aquí que no solo se trata de la renovación del derecho familiar, aspecto en el cual ahonda este importante título. Con posterioridad a la aprobación del Código de las Familias, Cuba ha incorporado enfoques de protección y garantías para las personas LGBTIQ+ en otras normas actualizadas o surgidas como desarrollo de la Constitución de 2019.

El Código Penal; las normas de Salud Pública, incluyendo las relativas a la reproducción asistida y la gestación solidaria; la ampliación de los derechos de la maternidad y la paternidad; y hace apenas unos pocos días, la aprobación del nuevo Código de la Niñez, Adolescencias y Juventudes, junto con la Ley del Registro Civil; completan el que con toda seguridad podemos afirmar que es uno de los ordenamientos jurídicos más completos y revolucionarios del mundo en materia de derechos LGBTIQ+, y que seguramente continuará su desarrollo.

Pero volvamos a nuestro libro, del cual ojalá podamos tener pronto una versión en español de alguna editorial cubana, también para contribuir a la educación de nuestra ciudadanía, que mucho lo necesita en estos temas.

Porque en estos peligrosos tiempos de colonización del pensamiento, escamoteo de la historia y trampas para la desideologización, mucho puede servirnos acá también el análisis de la comunista transgénero Leslie Feinberg, quien en su ensayo “Solidaridad Arcoíris en defensa de Cuba” (2009) contextualiza la lucha LGBTIQ+ cubana dentro de nuestra historia de resistencia anticolonial y antiimperialista. Feinberg destaca cómo, a diferencia de Estados Unidos — donde la rebelión de Stonewall (1969) fue una respuesta a la brutalidad policial y la marginación — Cuba ha logrado integrar las demandas de las sexualidades diversas en un proyecto socialista que prioriza la justicia colectiva.

Otro de los mayores aportes del libro es desmontar el mito de que Cuba ha sido históricamente homofóbica sin evolución. Si bien los primeros años de la Revolución estuvieron marcados por prejuicios heredados del colonialismo español y la influencia neocolonial estadounidense, más los errores propios de un proceso de liberación nacional armado que reforzó la simbología de una virilidad rebelde y exclusivamente heterosexual, el movimiento de mujeres cubanas — encabezado por la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) — abrió el camino con el primer Código de Familia en 1975, un hito que garantizó igualdad salarial, derechos reproductivos y protección infantil décadas antes que en los Estados Unidos.

Como parte de ese análisis contrainsurgente que nos propone el libro, se ponen en una perspectiva más balanceada pasajes con los cuales se ha pretendido atacar a Cuba injustamente. Compara, por ejemplo, como en los años 80, frente a la epidemia del SIDA, Cuba implementó políticas de salud pública que brindaron atención médica gratuita y vivienda a personas con VIH, en contraste con el abandono deliberado del gobierno de Reagan. La creación del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) en 1988, luego dirigido por Mariela Castro Espín, consolidó un modelo estatal de promoción activa de derechos LGBTIQ+, incluyendo las cirugías genitales gratuitas de afirmación de identidad de género desde 2008.

El libro detalla también el proceso constituyente de 2019, y resalta el Artículo 42 de la actual Carta Magna, que prohibió toda discriminación por orientación sexual e identidad de género, y el posterior referéndum del Código de las Familias (2022), aprobado con el 66,85% de los votos, tras 79 mil asambleas populares y 6 millones y medio de participantes en las consultas.

Este código, como ya sabemos, legalizó el matrimonio igualitario, reconoció la amplia diversidad de familias existentes (homoparentales, multiparentales, con abuelos a cargo, etcétera), garantizó la adopción para todas las variantes familiares y la gestación subrogada sin lucro, introdujo la autonomía progresiva de infantes y adolescentes en decisiones sobre sus cuerpos y reforzó la protección contra la violencia doméstica y de género.

En un momento en que el movimiento fascista internacional — encabezado por figuras como Donald Trump — ataca los derechos LGBTIQ+ y los servicios públicos, el libro subraya la importancia de aprender de Cuba. Mientras en Estados Unidos se recortan derechos trans y se persigue a docentes, Cuba avanzó ya con políticas como la extensión de la licencia de maternidad a 15 meses en 2024, y ahora acaba de prohibir las cirugías correctivas para infantes intersexuales, ha establecido por ley el derecho a la educación integral de la sexualidad y a la libre expresión y respeto de la identidad desde la niñez, adolescencia y juventud, así como la posibilidad de que las personas trans modifiquen su documento de identidad sin necesidad de cirugías de readecuación genital.

El contexto no puede olvidarse: todo esto ocurre bajo las condiciones brutales del bloqueo económico, político y cultural impuesto por Estados Unidos desde hace más de seis décadas. Un bloqueo que no solo asfixia económicamente al país, sino que también impone un cerco informativo y simbólico. Como señala uno de los activistas trans entrevistados en el libro, la escasez de hormonas no se debe a la falta de voluntad política, sino a las restricciones impuestas por el bloqueo, agravadas por la absurda inclusión de Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.

Mientras tanto, en Estados Unidos se vive una ola legislativa reaccionaria, con leyes anti-trans, prohibiciones de libros, restricciones al aborto y criminalización del pensamiento crítico en las escuelas. La comparación es inevitable para sus autores, que muestran con honestidad ese contraste. Mientras en Cuba se consulta a millones de personas para ampliar derechos, en EUA los derechos se eliminan por decretos judiciales firmados por jueces no electos que responden a intereses corporativos y fundamentalistas.

De particular relevancia resulta, además, que esta obra denuncie la hipocresía del gobierno estadounidense, al incluir a Cuba en su espuria lista de Estados Patrocinadores del Terrorismo, mientras financia guerras y apoya el genocidio en Palestina. Frente a esto, se reconoce, Cuba exporta solidaridad: médicos, educación y un modelo de justicia social que inspira al mundo.

“El amor es ley” no es solo un libro; es un acto de resistencia. Recupera el legado de Feinberg y Bob McCubbin — cuyo análisis marxista sobre la opresión LGBTIQ+ es fundamental — y lo actualiza para una nueva generación. En palabras del editor Gregory Williams: “Stonewall significa lucha, y Cuba nos muestra que otro mundo es posible.”

Este texto constituye igualmente una herramienta para descolonizar el conocimiento sobre Cuba, inspirar luchas en países sometidos al neoliberalismo y fortalecer la solidaridad internacional frente al imperialismo.

El amor es ley es, por tanto, mucho más que un testimonio jurídico o histórico. Es una herramienta para el internacionalismo queer. Una invitación a mirar hacia el Sur, hacia los procesos socialistas, hacia las resistencias anticoloniales, para aprender, inspirarnos y construir puentes. Porque si algo nos enseña este libro es que la lucha por los derechos LGBTIQ+ no puede desvincularse de la lucha de clases, del feminismo, del antirracismo, del anticapitalismo.

En palabras del editor Gregory E. Williams durante el lanzamiento: “Debemos oponernos a quienes intentan borrar la historia. Existe una alternativa a la opresión capitalista. Con la revolución socialista, la gente puede avanzar continuamente en lugar de estar siempre a la defensiva.”

Por eso necesitamos este libro. Porque es una memoria viva de una revolución que sigue caminando. Porque desmantela los mitos de la propaganda imperialista. Porque nos recuerda que sí hay alternativas. Como escribió Feinberg: “La liberación trans y queer está ligada a la liberación de todos los oprimidos”. Este libro es un paso más en ese camino.

Este libro — reitero — es urgente. No solo porque la ofensiva reaccionaria avanza en países como Estados Unidos, sino también porque, desde los centros imperialistas, se ha promovido históricamente una narrativa distorsionada de la Revolución Cubana, en particular sobre los derechos de las personas LGBTIQ+. Hay un silencio — o peor, una mentira — que oculta el hecho de que Cuba ha sido, en las últimas décadas, un ejemplo notable de cómo un proceso socialista puede ampliar los derechos sexuales y de género desde una lógica de justicia social, equidad estructural y participación democrática real.

Ese silencio debe romperse. Y obras como esta lo logran.

Muchas gracias.

Francisco Rodríguez Cruz

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