El terrible destino del pueblo afgano

Las familias aún se tambalean después de que dos terremotos sacudieran una remota aldea de la provincia de Badghis (Afganistán) el mes pasado, en medio de una grave crisis económica. Foto: UNICEF

El 8 de febrero de 2022, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) Afganistán publicó una serie sombría de tuits. En uno de los hilos, que incluía una foto de una niña tumbada en una cama de hospital y su madre, sentada junto a ella, se leía: “Tras recuperarse de una diarrea acuosa aguda, Soria, de dos años, está de vuelta en el hospital, está vez sufriendo de edema y emaciación. Su madre ha estado junto a su cama las últimas dos semanas, esperando ansiosamente que Soria se recupere”. La serie de tuits muestra que Soria no está sola en su sufrimiento. En Afganistán, “una de cada tres adolescentes sufre de anemia” y el país se enfrenta a “una de las tasas más altas del mundo de retraso en el crecimiento en niños y niñas menores de cinco años: 41%”, según UNICEF.

La historia de Soria es una entre millones. En la provincia de Uruzgan, en el sur de Afganistán, los casos de sarampión están aumentando debido a la falta de vacunas. El hilo de tuit sobre Soria fue un nuevo y sombrío recordatorio sobre la gravedad de la situación en Afganistán y su impacto en la vida de los niños y niñas: “sin una acción urgente, un millón de niños y niñas podrían morir de desnutrición aguda severa”. UNICEF está distribuyendo “pasta de maní de alto contenido energético” para evitar la catástrofe.

Mientras tanto, la ONU ha advertido que aproximadamente 23 millones de Afganos – aproximadamente la mitad de la población total del país – están “enfrentando un nivel récord de hambre aguda”. A principios de septiembre, ni un mes después de que los talibanes tomaran el poder en Kabul, el Programa de Desarrollo de la ONU señaló que “una reducción de 10 a 13% del PIB, en el peor de los escenarios, arrastraría a Afganistán al precipicio de la pobreza casi universal: una tasa de 97% de pobreza para mediados del 2022”.

El Banco Mundial no ha proporcionado un cálculo firme de cuánto ha disminuido el PIB afgano, pero otros indicadores muestran que, probablemente, el umbral del “peor escenario” ya se ha pasado.

Cuando los occidentales abandonaron el país al final de agosto 2021, una gran parte del financiamiento extranjero (del que depende el PIB afgano) desapareció junto con las tropas: el 43% del PIB afgano y el 75% de los fondos públicos, que provenía de las agencias de ayuda, se secaron de la noche a la mañana.

Ahmad Raza Khan, el jefe de recaudación (aduanas) de Khyber Pakhtunkhwa en Pakistán, afirma que las exportaciones de su país hacia Afganistán han disminuido en un 25%. Según Ahmad, el banco estatal de Pakistán “introdujo una nueva política de exportaciones a Afganistán el 13 de diciembre” que exige a los comerciantes afganos demostrar, antes de ingresar al país, que tienen dólares estadounidenses para comprar productos. Esto es prácticamente imposible para muchos comerciantes, puesto que los talibanes han prohibido el “uso de moneda extranjera” en el país. Como están las cosas actualmente, es probable que Afganistán no esté lejos de la pobreza casi universal.

El 26 de enero de 2022, el Secretario General de la ONU, António Guterres declaró que “Afganistán pende de un hilo”, al tiempo que señalaba el 30% de “contracción” de su PIB.

Sanciones y dólares

El 7 de febrero de 2022, el vocero de los talibanes Suhail Shaheen declaró a Sky News que esta peligrosa situación, que está provocando hambres y enfermedades a los niños y niñas de Afganistán, “no es el resultado de nuestras actividades [de los talibanes]. Es el resultado de las sanciones impuestas a Afganistán”.

En este punto, Shaheen tiene razón. En agosto de 2021, el Gobierno estadounidense congeló los 9.500 millones de dólares que el Banco Central de Afganistán (Da Afghanistan Bank) tenía en la Reserva Federal de Nueva York. Mientras tanto, los familiares de las víctimas que murieron en los atentados del 11-S habían demandado a “una lista de objetivos”, incluyendo a los talibanes, por sus pérdidas. Posteriormente, un tribunal estadounidense dictaminó que se pagara a los demandantes una “indemnización” que ahora asciende a 7.000 millones de dólares. Ahora que los talibanes están en el poder en Afganistán, el Gobierno de Biden parece estar avanzando en “despejar el camino legal” para que una parte del dinero depositado en la Reserva Federal (3.500 millones de dólares) se destine a “indemnizar” a las familias de las víctimas del 11 de septiembre.

La Unión Europea siguió su ejemplo, cortando 1.400 millones de dólares en asistencia gubernamental y ayuda al desarrollo a Afganistán, que se supone debía haberse pagado entre 2021 y 2025. Debido a la pérdida de este financiamiento por parte de Europa, Afganistán tuvo que cerrar “al menos 2.000 instalaciones sanitarias que atienden a unos 30 millones de afganos”. Cabe señalar aquí que la población total de Afganistán es de aproximadamente 40 millones, lo que significa que esta decisión se traduce en que la mayoría de los afganos y afganas perdieron el acceso a la atención sanitaria.

Durante todo el período de 20 años de ocupación estadounidense en Afganistán, el Ministerio de Salud Pública había llegado a depender de una combinación de fondos de donantes y asistencia de organizaciones no gubernamentales (ONG). Gracias a estos fondos, Afganistán experimentó un descenso en las tasas de mortalidad infantil y materna, según la Encuesta de Mortalidad de Afganistán de 2010. No obstante, todo el sistema sanitario público, especialmente fuera de Kabul, tuvo dificultades durante la ocupación estadounidense. “Muchos centros de atención sanitaria primaria no funcionaban debido a la inseguridad, la falta de infraestructuras, la escasez de personal, las inclemencias del tiempo, las migraciones y la escasa afluencia de pacientes”, escribieron profesionales sanitarios de Afganistán y Pakistán, basándose en su análisis de cómo el conflicto en Afganistán afectó a la “prestación de servicios de salud materno-infantil”.

Caminar por la carretera de Shaheed Mazari

El 8 de febrero de 2022, un amigo afgano que trabaja en la calle Shaheed Mazari de Kabul me llevó a dar un paseo virtual – utilizando la opción de vídeo de su teléfono – por esta transitada zona de la ciudad. Quería mostrarme que en la capital al menos las tiendas tenían productos, pero que la gente sencillamente no tenía dinero para comprarlos. Habíamos estado hablando de los cálculos de la Organización Internacional del Trabajo, según los cuales casi un millón de personas se quedarán sin trabajo a mediados de año. Muchas de estas personas son mujeres, que sufren las restricciones de los talibanes al trabajo femenino. Afganistán, me dijo, está siendo destruido por la combinación de la falta de empleo y de dinero, debido a las sanciones impuestas por Occidente.

Hablamos del personal talibán encargado de las finanzas, gente como el ministro de finanzas Mullah Hidayatullah Badri y el gobernador del Banco Central de Afganistán Shakir Jalali. Badri (o Gul Agha), el “hombre del dinero” para los talibanes, mientras que Jalali es un experto en banca islámica. No hay duda de que Badri es una persona con recursos, que desarrolló la infraestructura financiera de los talibanes y aprendió sobre finanzas internacionales en los mercados ilícitos. “Incluso la persona más inteligente y con más conocimientos no podría hacer nada si se mantienen las sanciones”, me dijo mi amigo. Él lo sabe. Solía trabajar en el Banco de Afganistán.

“¿Por qué no se puede utilizar el Fondo Fiduciario para la Reconstrucción de Afganistán del Banco Mundial (ARTF) para apurar el dinero a los bancos?”, preguntó. Este fondo, una asociación creada en el 2002 entre el Banco Mundial y otros donantes, cuenta con 1.500 millones de dólares en fondos. Si se visita el sitio web del ARTF, se recibe una sombría actualización: “El Banco Mundial ha pausado los desembolsos en nuestras operaciones en Afganistán”. Le dije a mi amigo que no creía que el Banco Mundial vaya a descongelar estos activos pronto. “Bueno, entonces nos moriremos de hambre”, me dijo, mientras pasaba al lado de unos niños sentados al costado de la calle.

Este artículo fue producido para Globetrotter.

Vijay Prashad es un historiador, editor y periodista indio. Es miembro de la redacción y corresponsal en jefe de Globetrotter. Es editor en jefe de LeftWord Books y director del Instituto Tricontinental de Investigación Social. También es miembro senior no-residente del Instituto Chongyang de Estudios Financieros de la Universidad Renmin de China. Ha escrito más de 20 libros, entre ellos The Darker Nations y The Poorer Nations. Su último libro es Washington Bullets, con una introducción de Evo Morales Ayma.


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